
Alguien había visto el procedimiento en una película y le pareció atroz, con violencia agarraban a la persona por el cuello y le sumergían la cabeza en agua y lo mantenían allí, hasta que el desespero del individuo era tal que el verdugo lo sacaba; la víctima humillada hacía muecas y tomaba el aire y antes de que se lo imaginara ya lo metían de nuevo. Solo verlo generaba ansiedad.
No sé quién fue el que dijo que en Antrolagia lo hacían así para mantener a la gente sumisa. “¡Qué barbaridad!, eso no es posible”. Pero fue, y ahora es tan cotidiano y normal.
Al principio tomaron a una población entera, fue rápido, cada uno contaba cómo había sido su experiencia, unos con más dramatismo que otros. Hasta que a todo el país les correspondió el mismo tratamiento. Sorprendidos, exhaustos, abrumados, ansiosos o frenéticos, cada uno resistía como mejor podía. Los de afuera no lo podían creer, “eso no puede ser posible”, “los están matando”, decían otros.

Finalizado el castigo, cada vez que se encontraban no hacían sino hablar del suceso, se llamaban por teléfono y cada uno expresaba su estupor, ante lo que había vivido, “horrible” era la palabra más repetida. Aún no superaban el recuerdo del suceso cuando les pasó de nuevo, esta vez se asombraban de que algunos se sintieran tan cómodos con la situación, hasta que comprendieron que estos tenían caretas especiales y bombonas de oxígeno, para resistir.
Con dinero todo es posible, hubo quien se creó su burbuja especial y cobró en dólares a los más desesperados, otros, por el contrario, se unieron y crearon boquillas especiales para compartir con sus vecinos y allegados. Distintas maneras de proceder, lo predecible de la condición humana.

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Muchos no resistieron, y pasaron rápidamente al olvido, los supervivientes, se fueron habituando, unos aplaudían su apnea salvadora; al final todo se trataba de gente ahogando gente sin que ninguno se diera cuenta de que todos iban al mismo desagüe de aguas negras putrefactas.

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