Solo bastó una tarde en una de las tantas plazas de Caracas , mientras esperaba a un amigo, para vivirlo todo.
Aquí un día se siente como toda una semana.
Todos van rápido, la gente ya no pide mucho permiso ni se disculpa al tropezar caminando.
Hay tantas conversaciones al mismo tiempo, que es inevitable que una o dos palabras no se cuelen en tus tímpanos cómo si esa fuese la intención.
Hay miradas cansadas, otras que ríen un poco, pero sobretodo, hay miradas nerviosas que combinan con los pasos acelerados, como si se tratara de una persecución o una carrera para llegar por fin a casa.
Un montón de basura sirve de lugar de reposo para unos mendigos que buscan desperdicios de un restaurante de pollo y se sientan a comer lo que consiguen, mientras le dan las sobras de sus sobras a sus fieles perros guardianes.
Es hora pico y la ciudad lo sabe.
Una pareja se besa en la esquina del semáforo, mientras un vendedor de cigarros anuncia sus cigarros a cincuenta.
Todo se percibe distinto cuando no eres el que está metido en el caos de esa hora tan terrible.
La gente trabaja duro para vender sus mangos y una señora artesana regala su trabajo en cerámica a un precio tan bajo para el talento y tan caro para un refresco, que indigna solo pensarlo.
Un abuelo se sentó a mi lado hace más de cinco minutos.
¿Será que también estará observando?
Hace más de un mes y medio que no me sale ninguna palabra de amor que no hable de Caracas.
Y es que así se vea rota, no puedo dejar de amarla.
Todos estos collages son elaborados con papel revista, billetes de baja denominación y otros objetos de papel y plástico.
¡Gracias por leer!