
Burro de cien años
Hoy es uno de esos días que no sabes cómo interpretarlos. Desde su inicio, específicamente a las 5 y 30 de la mañana, se han venido conjugando acciones y situaciones dejando mucho que pensar ¿Qué siento y qué necesito? Fue la pregunta principal. Siento ganas de llorar, siento un vacío profundo en el alma, siento que algo no he hecho bien pero, todo sucede, porque debe suceder. Soy el único responsable de mis actos. Dentro de los pensamientos se expresa mi necesidad de un encuentro íntimo con Dios, sé que es Él, el único quien verdaderamente me escucha y sus respuestas hacen eco en mí. Necesito juzgarme, necesito reprocharme, me aferro en Dios pero, listo, debe haber otra manera… Sigo con debilidad en el pecho, se incrementan las ganas de llorar. Pienso en mis hijos. En la lejana cercanía. Estoy sensible, ¿será la consciencia? Es otra pregunta que me hago. Pero insisto, por qué tanto engaño, por qué tanto abandono ¿por qué quiero llorar?, siento prensada mi cabeza, todo me da vueltas, no hay nada coherente. No quiero llorar, los hombres no lloran, pero vuelvo de nuevo a ello, quiero callar mi cabeza, quiero que haga silencio... necesito drenar todo lo envuelto en pesadez, a veces luz, a veces sombra; a veces claro, a veces oscuro; a veces lleno, a veces vacío; a veces alegre, a veces triste… Siento ardor en mi cervical, se templa mi columna, no sé si es dolor, no sé si es una contracción, ¿será el peso de estos momentos?
¡No¡ ya conseguí la respuesta, esa que recalcan mis muchachos cuando tienen un tiempo para mí, son los achaques de viejos.
Un burro de cien años que no hace más que rebuznar.
Se fue el dolor, de nuevo a la rutina… siento ganas de llorar.

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