Guy Killmonger… Erik Montag… Si quemas a los guionistas en un acto de villanía, no te culparé. | Fuente: Rotten Tomatoes
Considerada por muchos como la obra maestra de Ray Bradbury, Fahrenheit 451 (1953) se ha ganado con el tiempo un sitial de honor entre las distopías mejor plasmadas en la literatura de ciencia ficción. No pocas versiones rondan en torno a qué inspiró al legendario escritor de ciencia ficción estadounidense a escribirla, pero casi todas coinciden en un punto: la quema de libros como un agente de disrupción y eliminación de las voces disidentes y el pensamiento libre, en varias culturas y períodos históricos, influyó poderosamente en el autor.
A Bradbury no le tembló el pulso a la hora de utilizar esta imagen como una alegoría a la metamorfosis que ya experimentaba la cultura en los años 50, en donde ya se dejaba entrever que la literatura estaba siendo rápidamente desplazada por la aparición de medios de comunicación masivos, como la radio y la televisión, al momento de generar y expandir conciencias e ideas. Una civilización al borde de la guerra y el apocalipsis, donde el trabajo de los bomberos no era prevenir incendios, sino causarlos, y las masas habían sido idiotizadas y domadas a base de formas novedosas de entretenimiento que terminarían volviéndose ubicuas, se convirtió en un crudo augurio de tiempos por venir que fue recibida con honores por la crítica y la comunidad literaria.
Trece años después de su publicación, en 1966, el icono de la cinematografía francesa, François Truffaut, dirigió una adaptación fílmica de la novela que fue, además, su única película en habla anglosajona. Con Oskar Werner y Julie Christie como actores principales, y traduciendo él mismo la obra en forma de guion junto a Jean-Louis Richard, Truffaut produjo una propuesta que, aunque sería recibida de manera tibia tanto por la audiencia como por la crítica, se convirtió posteriormente en una película de culto que llegó a inspirar a directores de la talla de Martin Scorsese y que, inclusive, el propio Ray Bradbury terminaría alabando en varias de sus entrevistas.
Cincuenta y uno años después, en 2017, HBO Films, la división cinematográfica de la que para muchos aún es la mejor productora de contenido original para televisión, anuncia sus intenciones de producir una versión actualizada de la obra de Bradbury para ser estrenada en el Festival de Cannes del año siguiente, el 12 de mayo, y luego ir directo a televisión y streaming por Internet una semana después. Dirigida por el iraní-estadounidense Ramin Bahrani, con un reparto que contaba con grandes y frescos nombres, más todo el prestigio y el poder de HBO, la noticia haría las delicias de viejas y nuevas generaciones, curiosas de ver cómo adaptarían la novela en una época en la que su contenido, tristemente, ha dejado de ser visionario para convertirse en crudo y actual.
Finalmente, en mayo de 2018, la película fue estrenada en Cannes…
… y los sentimientos no pudieron ser más encontrados.
Fahrenheit 451 (2018), al igual que la novela y la primera adaptación cinematográfica, tiene como protagonista a Guy Montag, un efectivo del cuerpo de bomberos de Cleveland – cambio importante respecto a la novela, cuya ambientación es inespecífica - particularmente efectivo en su trabajo. Considerado como un héroe y una celebridad tanto en su escuadrón como en su ciudad, Montag es el niño bonito de una administración autoritaria que culpa a la literatura y otras formas de arte de causar trastornos mentales, inconformidad y actitudes antisociales en quienes entran en contacto con ellas. Con el fuerte influjo, no sólo del capitán de su escuadrón, John Beatty, sino de los recuerdos de su padre, Granger Montag – quien en su momento fue tan notorio como Guy, pero que la película poco a poco mostrará que no era quien parecía ser -, Montag parecerá estar viviendo una luna de miel con su lanzallamas…
… al menos hasta que la aparición de una informante habitual de Beatty en la persecución de disidentes del estado – lectores y guardianes de libros conocidos como “Anguilas” –, así como la aparición de eventos que le harán entrar en contacto con lo que tanto quería destruir, envíen al bombero estrella de Cleveland a un camino de redescubrimiento que le hará pasar de victimario a víctima y prófugo de la justicia.
Si has leído la novela anteriormente, o visto su adaptación cinematográfica anterior, mucho de esta sinopsis te sonará justificadamente extraño. Es evidente, en los primeros minutos de la Fahrenheit 451 de este milenio, que sus creadores han querido utilizar el enorme poder de la metáfora contenida en su argumento general para atacar otra clase de circunstancias y villanía. En una época en la que, no sólo la mayoría de la ciudadanía ilustrada del mundo está familiarizada con la temática de la novela – la hayan leído o no -, sino que los peores temores de su escritor se han convertido en una avasallante realidad, esta nueva adaptación sencillamente no podía hacer, ni ser, más de lo mismo.
Y es que, aunque el temor a una cultura masificada y embobada compelió a Bradbury a escribir la novela de 1953, y la ansiedad respecto a la burocracia y el aburrimiento de la estructurada vida de la posguerra fue el motor de la versión de Truffaut de 1966, lo que mueve a Bahrani en 2018 es un problema netamente moderno: la omnipresencia de las redes sociales, el surgimiento de las fake news y la facilidad con la que cualquier hijo de vecino puede convertirse en una celebridad – así esté realizando los actos más deplorables imaginables en cámara – se convierten en el basamento filosófico con el que el realizador iraní-estadounidense pretende actualizar este clásico de la ciencia ficción a nuestros tiempos.
Estrategia que en un principio funciona…
… hasta que todo se viene abajo en el segundo acto de la película.
La cara de Michael Shannon en la mayor parte de las fotografías de publicidad de Fahrenheit 451 parece ser profética de su recepción. No, en serio. | Fuente: Rotten Tomatoes
No puede decirse que Fahrenheit 451 fracase como película por sus actuaciones: la verdad sea dicha, la mayoría de los actores salen bastante bien librados de sus roles. Michael B. Jordan ya ha demostrado, en películas tan aparentemente disímiles como Creed y Black Panther, que puede ser el hilo conductor de una producción dramática con muchísima soltura, ya sea en el rol del héroe o el antagonista – y vaya que en esta película debe interpretar ambos -. Por su parte, Michael Shannon, quien a título de este servidor es uno de los mejores actores de la actualidad, hace otro de esos trabajos tan sobresalientes que su esfuerzo ni se nota como el capitán del escuadrón de Montag, futuro comisario de todo el cuerpo de bomberos, de quien descubrimos que tiene tantos o peores secretos que los que Montag termina acumulando durante los devenires de la trama.
Quizás la sorpresa de la película en este frente sea Sofia Boutella, quien está determinada a demostrar, a pulso y con buenas elecciones de roles, que es mucho más que la grácil y letal asesina Gazelle, de Kingsman: The Secret Service. Ser capaz de actuar y plantarse de tú a tú con sus compañeros de reparto es una vista refrescante después de haberla visto tan pobremente utilizada en sus películas de alto perfil anteriores, Star Trek Beyond y The Mummy, y es especialmente motivador verla manteniendo el buen nivel de su corta pero impactante aparición en Atomic Blonde. No obstante, su aporte a Fahrenheit 451 es igual de injustamente corto y casi desaprovechado que en la película antes citada.
El desempeño de los actores secundarios sí termina siendo un tanto más irregular; aunque se agradecen apariciones anecdóticas como las de Keir Dullea - el legendario astronauta David Bowman, de 2001: Una Odisea Espacial – como un recopilador clandestino de libros e historias, y Lilly Singh, una youtuber canadiense cuyo casting refuerza las sospechas de por dónde van los derroteros de esta moderna adaptación, el resto del reparto parece estar allí sólo para reforzar el drama que vive el trío de Jordan, Shannon y Boutella en sus respectivos roles.
Ahora bien, el guión… oh, por Cthulhu, el guión.
Nunca un intento de modernizar el contenido intelectual de una obra se había quemado tan rápido.
Quémala, Montag, quémala… Que The Handmaid’s Tale esto, lo que se diga esto, no es. | Fuente: Rotten Tomatoes
Para nadie es misterio que Hollywood, en estos momentos, es el centro de una acalorada guerra cultural donde el contenido de las producciones se ha vuelto cada vez más político. Las mediáticas andanzas del actual presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, así como su cada vez más ininteligible curso de acción en el poder y su firme intento de convertirse en un adalid de toda esa incomprensión, testarudez y poca empatía del estadounidense por quien piensa distinto a él – ese elefante rosado en el cuarto, ese titán dormido de la cultura norteamericana que ahora ha despertado – lo han convertido en blanco fácil de una industria del entretenimiento que no ha dudado en enfilar sus armas contra él y la sociedad cada vez más retrógrada de la que hoy es líder.
Y vaya que Fahrenheit 451 se esmera, en su primer acto, en hacer comentarios en extremo fuertes a la actualidad estadounidense y mundial. Las balas de alto calibre no faltan y Ramin Bahrani no se corta en dispararlas; desde un Montag que se comunica con sus fans a través de una red social de total acceso, como si de una estrella de reality show se tratase, hasta un sistema educativo que ha elegido, más que analizar y generar discusiones acerca de clásicos de la literatura, sintetizarlos hasta su mínima extensión y mostrarte “sólo lo que necesitas saber” – ouch, Wikipedia y El Rincón del Vago, ouch -, el principio de esta adaptación ataca directo al corazón de una parte de los millenials, esa que se educó viendo reality shows y siguiendo celebridades en Instagram.
Bahrani también hace un intento bastante decente de crear nuevas interrogantes en su adaptación, las cuales, al menos para personas que no han leído la novela y que quizás no recuerden la versión de Truffaut, sin duda serán vistas como actos bastante transgresores. Temores comunes de la Estados Unidos de posguerra, como la vigilancia total del gobierno por parte de sus habitantes, la desaparición de factores e individuos sediciosos de la sociedad y la total y absoluta normalización de la conducta social, se mezclan con otras ideas más modernas, como el falso y vacuo activismo social que han promovido ciertas redes desde su creación o la facilidad con la cual el hombre moderno le cree más a lo que lee en su smartphone que a lo que ve en las noticias. Los peores temores de quienes hoy padecen la Norteamérica de Trump, materializados sin más.
Es una lástima que, en algún punto de la película, no sólo el realizador termine demostrando que su adaptación de la novela original era muy, muy pero muy liberal…
… sino que hasta él mismo olvide la intensidad y la crudeza de su mensaje original.
En su segundo acto, y sobre todo en el clímax de la película, tantas alteraciones a la poderosa trama de la novela de Bradbury han sido realizadas a favor de crear secuencias surrealistas, donde el estilo parece privar más que la sustancia, que el impacto inicial de la modernización de la trama se diluye por completo. Esto, aunado a un final tan apartado de los hechos plasmados de forma efectiva en el libro que hace pensar por qué nadie le dijo a los productores “si no está roto, no lo arregles”, hace que Fahrenheit 451, en vez de aprovechar la gran oportunidad que tuvo de ser una denuncia de todos los males que aquejan a nuestra cultura en este milenio, termine sintiéndose, precisamente, como una adaptación hecha por fans, una de esas síntesis convenientemente realizadas y publicadas en las escuelas de la película, donde no te muestran lo que debes saber…
… sino lo que ellos creen que necesitas saber.
Y eso, en una época donde tan necesario es que los ciudadanos se cuestionen la naturaleza de la información que consumen, es un flaco favor a la memoria de una obra verdaderamente legendaria y referencial de la ciencia ficción.
Una que, al menos por los momentos, es mejor volver a leer.
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