De encuentros y desencuentros.(Relato)

Y allí estaba, reencontrándose con ella misma, tan pretérita como sus amigas, aunque le costara admitirlo...


Era su habitual reunión con amigas de siempre; desde hace más o menos un año habían decidido reunirse con frecuencia para celebrar la amistad y la vida. Eran muy distintas una de otra, pero en su camino e historia se podían conseguir puntos de coincidencia: alegrías o penas compartidas, un logro celebrado; era mucho lo vivido y compartido con esas seis mujeres, allí reunidas en el salón. Pero en esta ocasión, se sentía extraña y advertía cierto rechazo por la situación; les contemplaba y veía tan diferentes a lo que un día fueron: Betty, en otros tiempos la más jocosa y ocurrente, se le veía encorvada y cansada, como si todos los años pasados los llevara a cuestas, había perdido su capacidad de hacer de todo un chiste. Nora otrora la más coqueta y esbelta, se le notaba con exceso de peso y vestir descuidado: blusa manga larga, jean ancho y desteñido y tenis; Teresa al llegar había felicitado a Betty, aunque el cumpleaños que celebrábamos era el de Nereida, la memoria también jugaba malas pasadas, olvidando nombres y anécdotas; en otra ocasión no habría dado tanta importancia a esos detalles ¿Por qué ahora si?

Hundida en el rincón del sofá, paseaba la mirada por cada una mientras fingía seguir la conversación; y no podía pasar desapercibidas, ni dejar de detenerse en las líneas de expresión negadas a ocultarse tras el maquillaje, papadas caídas, canas rebeldes que se asomaban entre los cabellos teñidos y en la extraviada lozanía de sus rostros. Se sentía incómoda, quería levantarme y salir de allí, sin embargo, dibujó en su rostro una mueca simulando una sonrisa y brindó junto a sus amigas por la vida; la misma que se empeñaba en correr aceleradamente y que poco a poco las iba dejando atrás...

Ya en su casa y en la soledad de su alcoba, cayó en cuenta que lo visto en sus amigas aquella tarde no era sino su propio reflejo, y su molestia no era más que su negación a aceptar lo inevitable: el paso de los años y las huellas que van dejando tras de sí... Se levantó, caminó hasta el espejo, desafiándose a enfrentar su verdad: Un cuerpo delgado que había perdido sus curvas, senos luchando contra la gravedad, piel flácida; no se reconocía en la mujer que reflejaba el espejo; ella se veía y sentía diferente a sus compañeras: a ella le gustaba leer, escribía poemas y relatos, estaba al tanto de la moda y sus tendencias, hacia uso de las redes sociales y tenía “amigos” de muchas partes del mundo, era la única que no había tenido hijos; pero al final, no le quedó más que admitir que nada de eso podía evitar o frenar lo que por naturaleza tenía que acontecer.

Y en ese intimo momento de reflexión, dejó de resistirse y dio un paso de la negación a la empatía, comprendiendo y aceptando su realidad, ya no era ni lucia igual a la de ayer; no lo sería más y eso era lo normal, así debía suceder …

Todos deseamos llegar a viejos y todos negamos que hayamos llegado. Francisco de Quevedo

Fuente:separador
Mujer frente al espejo

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