El fútbol es atractivo principalmente por lo que sucede en el campo de juego, pero también las tribunas atraen los objetivos de las cámaras. Y es que las hinchadas con sus colores y banderas, con el aliento y los cantos que le dedican a sus equipos representan un verdadero espectáculo.
Pero no siempre fue así. Como sabemos el fútbol nació en Inglaterra y con el tiempo fue expandiéndose por el resto del mundo, principalmente por Europa y Sudamérica. En Sudamérica los primeros países en adoptarlo fueron Uruguay, Argentina y Brasil. Región esta en la que desde inicios del siglo XX el fútbol vivió una acelerada popularización. El Club Nacional de Fútbol de Montevideo, Uruguay, es uno de los primeros fundados en Sudamérica. Su estadio, El Gran Parque Central, fue el primero en construirse en América y fue también el que cobijó al primer hincha.
En aquellos primeros años, el público que asistía a los estadios para ver a su equipo preferido se comportaba de una manera muy diferente a la que se acostumbra ver hoy día. Los simpatizantes solían ir vestidos de traje y corbata, permanecían sentados en su ubicación durante todo el encuentro y se limitaban a aplaudir en caso de que hubiera algún gol.
Pero en el estadio del Club Nacional de Montevideo los espectadores, desde las gradas, además de ver el cotejo veían a un individuo que mostraba un comportamiento por demás extraño. Este hombre miraba el partido desde un costado de la cancha, pero lejos de permanecer sentado y en silencio, se pasaba todo el encuentro de pie, saltando a veces, arengando a los gritos a los jugadores y hasta quizá ensayando algún canto. Lo más extraño sucedía cuando su equipo convertía un gol, entonces su festejo era de lo más alocado que alguien hubiera podido ver alguna vez: saltaba alzando los brazos al cielo, gritaba "Goool, goool, vamo Nacional, vamo Nacional nomá" y corriendo se arrojaba sobre el técnico o algún otro que anduviera cerca y lo apretaba contra sí en un abrazo a todas luces incómodo para su víctima.
Se trataba de Prudencio Miguel Reyes, el utilero del club. Entre sus labores estaba la de inflar las pelotas cuando les faltaba aire. En Uruguay a este proceso de inflar una pelota le decían entonces hinchar la pelota. De manera que cuando lo veían a Reyes comportarse de tal modo se decían unos a otros con algo de fastidio: "mirá ese hincha pelotas". Aquí tenemos el origen de una primera atribución del término que se le ha dado y ha subsistido en el habla rioplatense: un hincha pelotas (o en su versión reducida: un hincha) es alguien que resulta molesto, alguien insoportable.
Pero con el tiempo y en tanto el público de Nacional se fue acostumbrando a verlo a Reyes desenvolverse de esa manera, el fastidio que les provocara en un comienzo fue transmutando en tolerancia, luego en aceptación y más tarde en admiración. Y es que vieron cómo su actitud parecía insuflar de ánimos al equipo. En efecto, Reyes ya no solo era el que daba aire a las pelotas sino también el que daba aire (aliento) a los jugadores. Entonces el dar aliento o alentar pasa a ser sinónimo de arengar. Y a la vez nace una segunda acepción del término hincha, mucho más benévola que la primera, el hincha ahora es también aquel simpatizante que alienta a su equipo. Finalmente, por derivación, el conjunto de hinchas pasa a conocerse como hinchada.
Lamentablemente, en el fútbol, junto con el hincha o simpatizante genuino que apoya con cantos, colores y festejos a su equipo, han aparecido en muchos casos los llamados barrabravas, es decir, individuos que haciendo uso de la violencia (verbal y física) no se ocupan tanto de alentar a su equipo como de agredir al rival de turno, al árbitro y a cualquier persona que por una u otra razón ellos consideren un enemigo.