Adela feneció [Microrrelato]

Es otoño y las hojas comienzan a caer, como si se rindieran ovacionando el triste homenaje para Adela. Las paredes se han vuelto grises y la tapicería se derrite escabrosamente. Los recuerdos, ahora turbios, dejaron de ser felices para convertirse en repartidores de horror.

 
Fue en esta misma calle donde la conocí, alegre y radiante como todas las adolescentes que vagaban por el mundo despreocupadas de la vileza de un cosmos oculto. Mi primera palabra con Adela se cruzó en la esquina de aquella acera. Me gustaba la manera en cómo se recogía su largo cabello para dejar al descubierto su hermoso rostro. Carismática fue su personalidad la cual me marcó, con miles de flechas de cazadores querubines mensajeros del amor.

 
Creía fielmente que Adela y yo pereceríamos juntos, bajo la tutela de nuestros recuerdos, mientras se escapaba de nuestros labios el último aliento de nuestra vida mortal. Pero la muerte me la arrebató arrastrándola hacia el más allá. Los colores se redefinieron, la oscuridad extendió su dominio, los ángeles plañían clamando por el nombre de Adela y sentían el pésame de mi desdicha.

 
—¿Es una de ustedes, celestiales? —Le preguntaba a los ángeles pero ninguna respuesta percibí, más solo recibí sollozos y miradas ensimismadas que no se dirigían a mí.

 
—¿Es una de ustedes? ¡Ya contéstenme! —Todo seguía igual. Temía por el alma de mi amada, de que estuviese sufriendo en eterna agonía, o deambulando atrapada en un laberinto infernal. La visita de los ángeles solo agrandó mi dolor. Siempre vienen hacía a mí, entregándome sus lágrimas, sus lamentos, desde que Adela feneció. Lloran desde que la luz del faro se apagó, y las sombras tomaron este lugar, donde la felicidad reinaba, donde no había aflicción, donde todo era posible, pero ahora ya no más, desde que Adela partió, para siempre.