
En la llanura de Jeselouep, una vez me encontré, estuve inmerso en los ojos de una mujer.
Era ella, fuerte vanidosa, delicada como una rosa, yo tan tosco, con mis manos escamosas, trabajador incansable, casi por amor al arte.
Labraba la tierra, mientras mi mente acariciaba la sombra de ella. Oh! cuantas veces me negué a mí mismo y evadí lo que sentía, me decía que era cosa de brujería, pues ella me mantenía distraído todo el día.

Ella, Morrigana, me ignoraba, ella me veía como un don nadie, me veía como si yo no valiera nada, que no estaba a su altura; yo no quería sufrir por amor, pero moría por sentir sus sedosos cabellos azabachados entre mis dedos...

Me esforcé en labrar la tierra, sembré patillas y melones, hectáreas de ellas, y pasaba todo el día pensando en Morrigana y cuidando de las plántulas, les daba el amor que le quería dar a ella, las regaba con mi cariño y dedicación, les hablaba de mis sueños y mi pasión, pedía a los cielos, una hermosa cosecha, para sorprender a Morrigana, demostrarle que yo podía llevar una familia adelante.

Mis sueños eran vividos, tangibles y proyectados al trabajo arduo para alcanzar el éxito, recoger una una gran cosecha y ofrecérsela a Morrigana.
Pero ella me ignoraba...
Morrigana, mi amada, sin ti no soy nada...
Continué labrando la tierra, aún viendo el desprecio de ella.
Meses pasaron, días de sol inclemente, sudor en la frente, mi ropa hecha harapos y mi corazón... hecho un trapo.
Morrigana tenía muchos sueños materiales, todos ellos parecían salidos de una revista de modas, ella soñaba con ir a Arabiza y vestir trajes elegantes, cenar en grandes restaurantes y tener un montón de sirvientes, codearse con mucha gente adinerada y acaudalada.

Pensé siempre que algún día, ella de su nube aterrizaría, volteara sus ojos a ver mi trabajo, mis logros, el sudor de mi frente y mi esfuerzo.

Llegó el tiempo de la cosecha, grande, productiva y hermosa, pero ella siguió pensando que es poca cosa y me dejó con el rabo parado, cual cangrejo por las olas revolcado.
Días después de su proceder, llegó a Jeselouep unos citadinos para comprar mis frutos, Morrigana se fue en ese grupo donde estaba un andino, muy rico y muy fino; la llenó de joyas mientras yo le ofrecí una olla y la producción de toda la hacienda.
Pero ella prefirió irse por otra senda dejando mi corazón sufriendo de aflicción, me sentí muy herido, para mí, ya nada tenía sentido...

Cierto día a esta llanura estepa, llegó una citadina, buscando una dirección, respondí falto de emoción, - no tengo tiempo para usted.-
Ella sonrío y se recostó de la pared, bajo el sol inclemente, me dijo, - sin embargo, yo tengo tiempo suficiente para ayudarlo a usted. -
Cogió un pico y surcos se puso a trazar, esparciendo semillas al azar, me dijo, - cuando den fruto volveré y verás la gran cosecha que recogeré. -





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