El águila daba vueltas sobre el suelo agrietado de aquel desierto. No estaba cazando, sólo exploraba. Hastiada de la rutina de caza diaria, sólo sobrevolaba en busca de algo fuera de lo común. Algo que le hiciera salir de su letargo emocional. Que moviera alguna fibra de su diminuto cerebro en pos de alguna explicación, de algún aprendizaje diferente.
Había noches en que le albergaba la angustiosa idea de que ya lo había aprendido y conocido todo. De que ya nada lo sorprendería o volvería a motivarlo. Que, hasta el final de sus días, su único objetivo, afición, entretenimiento y trabajo sería cazar. Había perdido ya la cuenta de sus vueltas cuando divisó un objeto brillante entre una de las grietas en el suelo. Sin reparar mucho en ello, comenzó a aterrizar con el corazón palpitando fuertemente.

Observó con paciencia y desconcierto. De alguna forma, se vio a sí mismo en una especie de reflejo futurista. Carecía de un ojo y tenía cicatrices visibles en el rostro. Pensó que tal vez era un presagio, una advertencia del destino. Tal vez, la caza lo era todo y nada más. Era lo seguro y a ello se apegaría.