La huida(Parte primera)

Como cada día Leandro Ortiz Balvuela, se dispuso a dar su paseo de medio día. Sus ocho mil pasos eran inexcusables al menos que las condiciones metereológicas fuesen muy adversas, pero siempre se las apañaba para en el cómputo semanal no bajase de los cincuenta y seis mil pasos.

El paseo se inició de forma muy agradable, hacia buen día al contrario que el resto de la semana, unos dieciocho grados a finales de Enero y sin una pizca de viento, poco más se puede pedir. Leandro, llevaba su chándal nuevo, sus zapatillas nuevas todo adquisiciones de las Navidades, iba bien afeitado, se sentía exultante.

La playa, estaba despierta a pesar del buen tiempo, no había ni las típicas extranjeras de Erasmus intrépidas ellas desafiando al sol, bueno no pasa nada, la selección de podcast que había realizado era excelente, el buen humor seguía exudando por sus poros.

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La vuelta coincidió con la salida de los niños de los colegios, le bastó ver la colectividad de madres grises a la espera de sus vástagos uniformados, para acelerar el paso bajo las jacarandas que jalonaban la amplia avenida, pegajosa como un feliz anticipo de primavera.

Después del centro comercial y las estaciones de trenes y buses se conectaba la vuelta a casa con una amplia avenida que iba cambiando de nombre al paso de las rotondas pero que no dejaba de ser la salida noroeste de la ciudad en la que residía.

El sudor, brotaba en perlas diminutas sobre su frente, notaba la ropa térmica bajo su impoluto y novísimo chándal humedecida, apretó el paso con la idea de aprovechar las economías de escala del esfuerzo y llegar más presto a la casa donde aún tenía pendiente terminar de preparar la comida para su esposa que volvía de su larga estadía en otra ciudad más al oeste aún.

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