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Leyenda: La Llorona

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Mi prima Rosita
Hace mucho tiempo atrás, cuando tenía dieciséis años, viajé con mi prima al llano. Sería un paseo de dos días. Ella tenía que solicitar una partida de bautismo en la iglesia del pueblo, y también aprovecharían para comprar queso, nata y carne de res que ya habían negociado, vía telefónica, con el administrador de una finca. Lo cierto fue que salimos en horas de la tarde de Cumaná.
Literalmente la camioneta iba volando pero uno sentía mucha seguridad porque Roberto es un buen volante, como dicen por acá. Yo no puedo dar una ubicación exacta, pero cuando faltaba como una hora para llegar a Zaraza nos pasó algo que nunca olvidaré. Íbamos hablando Rosita y yo de cualquier cosa que se nos ocurría; la carretera no tenía luz, era una noche oscura y sin luna, lo único que alumbraba eran los focos del carro cuando vimos a una figura de mujer con un vestido blanco y dos niños, uno a cada lado, bajo un árbol. Roberto frenó unos metros más adelante, a petición de Rosita. Retrocedimos para ofrecerle la cola pero al llegar al árbol no había nadie. Luego, yo vi a una figura humana metiéndose hacia la inmensidad de la sabana; caminaba lentamente pero no vi a los niños. No hicimos muchos comentarios sobre la señora porque pensamos que era una lugareña que estaba allí por casualidad. Seguimos nuestro viaje.
Arribamos a Zaraza, como a las nueve de la noche, a la casa de una comadre de Rosita. Roberto se dio un baño, cenó y se acostó. Rosita, la señora Carmen y yo nos quedamos conversando la sobremesa. Allí le contamos lo que habíamos visto en el último tramo del viaje. La señora Carmen se alarmó muchísimo y nos dijo que era La Llorona buscando un niño para llevárselo. Yo, que aún no pasaba el susto, le dije que había visto una figura en forma de mujer, con el cabello largo, pero no la había oído llorando.
Era un mal presagio, -insistía la señora Carmen con gesto preocupado, y salió para comadrear con unas vecinas y contarle nuestra historia. Esa noche no pude conciliar el sueño. A las dos de la mañana, según mi reloj pulsera, oí el llanto de una mujer. Yo estaba aterrada y no hacía más que pensar en La Llorona. Decidí quedarme sentada en la cama como hasta las cuatro de la mañana en que la claridad entró por la ventana. Me levanté y fui hacia el baño. Allí casi se me sale el corazón. Rosita estaba en el baño porque tampoco pudo dormir. Nos dimos un abrazo y ella me dijo en tono bajito, pero con firmeza, que todo estaría bien.
A las ocho de la mañana, mientras desayunábamos, nos enteramos que un niño en estado sonámbulo se había ahogado en el río, durante esa noche. A solo tres casas de donde estábamos era la vivienda de la criaturita. La calle se llenó de lamentos y murmullos. De vez en cuando se oían los gritos desgarradores de la madre; pero mi oído, educado en la música, también percibía el mismo tono de llanto que había escuchado durante la madrugada.
No hicimos ninguna de las diligencias por las cuales viajamos para Zaraza. Nos regresamos a Cumaná ese mismo mediodía. El viaje lo hicimos rápido y se prendió la radio de la camioneta para estar distraídos oyendo música.
Desde ese día, Rosita nunca más viajó de noche y, me cuenta que, cuando sueña con aquella mujer bajo el árbol siempre recibe la noticia de la muerte de un niño.
Todas las imágenes pertenecen a una librería gratuita y fueron modificadas por mí para este concurso.



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