El sobreviviente del Invuche

Era un día nublado y frío, donde el trinar de los pájaros y nuestros pasos rompía el silencio. El sol prometía quedarse oculto entre las nubes espesas, ese cielo teñido de gris fue lo último que miré antes de que nos adentráramos al bosque. Todo se resume, después de eso, a sombras, sonidos identificables y otros incomprensibles.

Nuestro grupo estaba conformado por quince personas, incluyéndome. Todos hombres y mujeres adultas. Llevábamos meses de planificar el encuentro, y hasta el momento, la excursión estaba cumpliendo su cometido. Era grata, divertida y relajante. Estaban siendo unas buenas vacaciones.
El día anterior antes de entrar a la densidad del bosque, estuvimos acampando en las cercanías. Las horas pasaron velozmente mientras contábamos historias, jugábamos, comíamos y bebíamos. Y me preguntaba si era por el trasnocho, que nuestras voces, a medida que recorríamos el sitio, estaban apagadas. Tal vez, era solo que en nuestro interior sentíamos nuestro porvenir.
Ahora tengo que hacer una pausa, siento que todo está dando vueltas… Continuaré, solo lo contaré una vez más, rápido, ya que me siento un poco mejor.
Divisamos una cueva, era extraña, grande, increíble. Estando allí, rodeada por algunos árboles, le daba un aspecto lúgubre. De inmediato sentí atracción, no fui el único, podía ver el asombro en los rostros de mis compañeros. Nos acercamos más, porque era como si la cueva nos estuviese llamando. Sí, nos llamaba… Me pregunto, si de haberlo querido, nos hubiésemos podido marchar.

Comenzó a lloviznar, las gotas pequeñas y frías hacían que el frío aumentara, y permanece en mi mente ese momento en el que el guía del grupo dio un paso al frente y entró en la cueva. Fue en ese instante cuando un estruendo me hizo estremecer, todos pensaron que eran truenos, pero yo sabía, no, yo sentía que se trataba de algo más. Una terrible sensación de miedo se pegó a mi pecho, y un escalofrío no dejaba de recorrerme las entrañas.
De pronto un bramido intenso causo mi perplejidad. Pude distinguir que por las paredes internas de la cueva, algo se acercaba. ¿Cómo puedo describir a esa horrenda criatura? ¿Sus ruidos extraños, que en vez de voz, parecían producto de un instrumento ruidoso, roto y desafinado? ¿Cómo describo el horror que sentí cuando, por fin, salió de la oscuridad y se mostró ante nosotros, encolerizado, agresivo, salvaje?
No he logrado quitar de mis pensamientos ninguna de las imágenes espantosas que vi. No desaparecen de mi cabeza los estertores de su primera víctima, la cual lanzó al suelo con una fuerza brutal, justo a mi lado.

La sangre, los gritos de espanto y dolor, y los movimientos bruscos y veloces se adueñaron del ambiente. Pero yo seguía sin comprender nada. ¿Acaso, lo que estaba pasando era real? No lo sabía, pero no dejaba de sentir pánico, horror, repulsión. Mis compañeros, antes contentos con la excursión, yacían muertos. A sus cuerpos inertes les faltaban partes que se quedaron en la boca de la bestia, adheridas a las paredes de la cueva o tiradas en el suelo.
Era mi turno de morir, pero no podía reaccionar. No sabía a dónde correr o si debía hacerlo. ¿Quedaban, acaso, esperanzas para mí?
La bestia, que tenía la cara volteada, posó sus ojos en mí, sus pupilas temblaban y se detenían. Pude ver con claridad sus manos y un pie deforme que lucían gigantes para un cuerpo como ese. El otro pie estaba quebrado, pegado a su espalda. Cada extremidad era horrenda como la piel que lo cubría. Por último, reparé en sus largas y afiladas uñas, manchadas de un color carmesí que no le pertenecía. Como un impulso corrí hasta la cueva, y luego, un bramido, silencio y oscuridad absoluta.

Ahora me hallo en esta institución mental, ya que me encontraron delirando y cubierto de sangre en un bosque, donde de quince personas, solo sobrevivió una. ¿Quién creerá en mi inocencia y explicación?
Ah… de nuevo estos mareos… ¿Qué? No, no son mareos. ¡Es mi cuerpo! ¡No son mareos! ¡Estoy volteándome! ¡Mis pies! ¡Oh por Dios, mis pies, mis manos, crecen! ¡Mi pierna se está torciendo, me duele! ¡Mis uñas! ¡No! ¡No! ¡Sáquenme, sáquenme de aquí! ¡No quiero ser como eso! ¡No quiero ser su relevo!
El Invuche
El invunche (del mapudungun ifünche: "persona deforme") es un ser de la mitología mapuche y de la mitología chilota. En Chiloé también recibe el nombre de Machucho, Butamacho o Chivato.
Esta criatura es un ser humano deforme que tiene su cabeza doblada hacia atrás y aplastada; además, tiene torcidos los brazos, dedos, nariz, boca y orejas y una lengua partida en dos. Anda en una sola pierna o en tres pies (una pierna y las manos), pues la otra pierna está pegada por detrás al cuello o a la nuca. El invunche no tiene la facultad de hablar, limitándose a emitir sonidos guturales, ásperos y desagradables.
Las leyendas cuentan que sería un ser que protege la entrada a la Cueva de los brujos o calcus. Las leyendas chilotas dicen que además el Invunche seria una especie de consultor de los brujos de Chiloé ya que, a pesar de no ser iniciado en brujería, ha adquirido una infinidad de conocimientos durante su vida en la cueva. Además sería usado como un instrumento para sus venganzas o maleficios.
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