
El poeta me desarraiga de nuevo de la realidad y me arrastra a la imaginación de su célico mundo. Embarcado en un viaje de inescrutables sentimientos, provoqué el fallecimiento de una objetividad estorbosa, y me entregué a la subjetividad de mi ser inmanente. Entré en un estado de cognición constante y me transporté a un paraíso de palabras célebres de deleitante gozo.
Mis manos hacían una equis en mi pecho. Reprimí funestos recuerdos de mi consciencia. Evoqué la magia litúrgica realizada por un sabio del pasado, haciéndome flotar en el aire, como atrapado en un campo astral. Me vestí con los colores de las letras, que el sabio ha tejido con dolor y desesperación. Allané en las entrañas de sus sentimientos, cautivándome con más palabras, más historias del olvido.
Giré muchas veces y nunca me mareé. Lágrimas expulsadas desde el corazón arribaron mis ojos. Transformé el pesimismo en placer, y los sueños, se convertían en personas vacilantes pero con un papel importante. Su literatura era de rigurosa concentración. Terrible condición de compresión, pero hermosa al encallar. Dejo para después el milagro de sus letras, para continuar la odisea de la ordinaria realidad.

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