
Me gustaría saber si soy el único que piensa mucho en lo fácil que resultaría matar a una persona. Acabar una vida. Quizá sea porque también pienso demasiado en la muerte y lo que representa, pero a veces me encuentro divagando, imaginando todas las formas que se me ocurren en que se podría asesinar; algunas más creativas que otras.
El ser humano ha llevado el desarrollo a extremos que hace pocas décadas parecían inimaginables. Cuenta la leyenda que Dios castigó a la humanidad por su arrogancia al intentar construir una torre que no superaría los 90 metros. En la actualidad, hemos superado incluso los mitos religiosos; nuestros edificios más ambiciosos rondan el kilómetro de altura. Hemos hecho que volar por encima de océanos parezca algo de lo más normal. Nos desplazamos de un extremo de la ciudad al otro a velocidades que superan los 100 k/h, y podemos enviar un mensaje al lado opuesto del planeta en cuestión de segundos. Hemos superado las limitaciones del cuerpo humano en tantos aspectos que es difícil vernos como parte del reino animal, un simple animal. Trascendimos lo natural, lo que nos dio la evolución, para volvernos nuestra propia creación... hasta que recuerdas que de una puñalada se puede acabar todo.
Si nos olvidamos de toda la parafernalia que hemos creado, el humano es igual de vulnerable que una gacela escapando de un guepardo. Muchos hablan de la legalidad de las armas de fuego, pero estas no son las únicas herramientas disponibles para asesinar. Todos tenemos cuchillos en casa, instrumentos altamente letales. Se me ocurre que también podrías asesinar a alguien con un bate, si tienes la disposición de dar más de un golpe bien acertado. Si el problema son los asesinatos en masa, no se preocupen, tampoco es muy difícil pensar en formas de llevarlo a cabo sin armas de fuego. Cualquier persona detrás del volante de un auto en movimiento tiene el poder para asesinar a una cantidad ridícula de gente.
La vulnerabilidad de una persona indefensa alcanza niveles absurdos; desnudos ante el mundo no somos muy distintos a los demás animales. Si ahora mismo volteo y veo a mi perro a los ojos dos pensamientos pueden cruzar mi mente. Primero pensaré que es feo con ganas pero que igual se le quiere. Luego, comenzaré a imaginar numerosas situaciones horribles, gran cantidad de formas de causarle daño grave si me lo propusiera. Y no es porque yo sea mala persona —espero—, simplemente observo su vulnerabilidad, lo indefenso que aparenta ser, y no puedo evitarlo. Esto sonará terrible pero me pasa lo mismo con los bebés. Esas criaturas pequeñas, inocentes, indefensas. Cuando estoy con un bebé tengo, literalmente, el poder total sobre su vida y, aunque obviamente no le haré nada, me encuentro pensando todas las formas en que podría hacerle un daño mortal. Algo tan simple como dejarlo caer le causaría gran dolor, y yo soy el responsable por evitarlo. ¿Qué pasaría si dejo de evitarlo? ¿Y si en el acto aprovecho y, disimuladamente, le doy un empujón hacia abajo? Sería aun más grave la situación.
Jordan Peterson decía en una de sus tantas clases que ser capaz de ser cruel y elegir no serlo es mejor que no ser capaz de se cruel. La bondad no reside en la imposibilidad de cometer crueldad, sino en la decisión de evitarla. Cuando tengo un bebé cerca, o alguna mascota, me hago consciente de lo poderoso que soy a su lado. Imagino todas las formas en las que podría ser cruel porque estoy en la posición para serlo; en ese momento, su integridad física depende de mi capacidad de elegir la bondad sobre la crueldad.
Algo que también me parece fascinante es que su salud mental depende de su capacidad de confiar en que decidiré ser bondadoso y no cruel. Mi mascota, por ejemplo, puede llevar una vida normal de mascota porque confía en que yo, una figura de poder, preferiré la bondad. Y esto no aplica sólo a mascotas o bebés, también es válido para cualquiera que esté leyendo esto, e incluso para quien lo escribe. Toda relación humana existe en base a la confianza. Confianza de que al cocinar con tus amigos a uno no le provocará repartir puñaladas. Confianza de que cuando te reúnes con una amiga en algún balcón no le dará por empujarte al vacío. Confianza de que al ir en auto con tu familia, a tu hermano no se le ocurrirá dar un volantazo y matarlos a todos. Al igual que mis mascotas, hemos sido todos domesticados por nuestros conocidos a fin de llevar una vida normal. De lo contrario estaríamos temiendo por nuestras vidas todo el día todos los días. Si me preguntan, es bastante cómodo poder vivir sin una preocupación tan asfixiante. Pero creo que no está mal tener pensamientos psicópatas de vez en cuando, simplemente para no olvidar que la crueldad existe, y que vivimos en un mundo donde las buenas personas son aquellas que la logran reprimir por el bien de todos.