Poesía, Venezuela y Rusia: Igor Barreto y Ósip Mandelshtam

Igor Barreto

De la poesía se han apropiado los entusiastas, los editores, los estudiantes, los críticos, los enamorados, los profesores, los extraviados, los historiadores, los testigos y, algunas veces, con suerte, los poetas. Dos de ellos: Igor Barreto y Osip Mandelshtam dilatan la suprema versión del lenguaje o lo que con facilidad llamamos poesía para sorprender un contexto político en sus ruinas. Como testigos no se limitan a testimoniar épocas que prometían la construcción del paraíso en la tierra, continúan siendo poetas.

En el prólogo de Contra toda esperanza de Nadiezhda Mandelshtam, Joseph Brodsky sostiene que el lenguaje como principal herramienta de la cultura desarrolla un refinamiento en el que las percepciones y significados encabezan una jerarquía. ¿Acaso Igor toma esa herramienta para percibir un muro entre él y Mandelshtam? Es posible que sí, el muro de la supervivencia. En los Cuadernos de Voronezh de Ósip Mandelshtam la unidad poética está marcada por una organización del pesimismo no solo en las imágenes, sino en palabras que se pasean por los versos con su espectro de significados, una de ellas es “muro”:

“Tras el muro, el dueño, ofendido,
Va y viene con sus botas rusas.
Y suntuosa cruje la lápida
De este cobertizo.”

Propongo entender la palabra “muro” de Mandelshtam en su continua aparición en los Cuadernos de Voronezh como la supervivencia esa que, en distintos contextos históricos, comparte con el poeta venezolano Igor Barreto en su obra el El muro de Mandelshtam:

“Canto XXXIV
(Tumultus. La voz de la madre)
Las casas trepan por el acantilado
formando un muro de ladrillos rojos
en torno a las colinas del ghetto.”

Este encuentro entre ambos autores también compromete a Dante. La divina comedia, uno de los siete libros que tomó Mandelshtam en su primer arresto, ofrece un modelo en los títulos con cantos de algunos poemas de Igor. Los muros de la ciudad de Dite que conforman el sexto círculo del infierno van a estar reservados para los herejes, los contrarios a la iglesia católica o, sencillamente, para los librepensadores. Para el poeta ruso y el poeta venezolano, la supervivencia es un tipo de infierno en cuyos muros se recuestan los cuerpos fatigados por el peso de sus convicciones éticas. Un muro, aunque deteriorado y frágil, puede suspender la caída en un barrio caraqueño, también puede proteger de las botas rusas que deambulan afuera o sostener un cuadro con trece cabezas de Leonardo Da Vinci. El muro es resistirse al desplome total, es sobrevivir cargando una bombona de gas o en un diminuto cuarto con hamaca como lo refleja El muro de Mandelshtam en las fotos de sus páginas finales. Los muros de Mandelshtam, incluido el de Igor, anulan el maniqueísmo entre el bien y el mal y se revelan como una cuestión de química; la combustión de un infierno que solo puede manipularse con una dialéctica de las imágenes.

Ahora, dos cuestiones, el muro facilita la supervivencia, pero, ¿Sobrevivir a qué? A la pobreza, la que deviene hambre y la que adelgaza el espíritu ético con premios de los regímenes represivos para quienes quieran mantenerse alejados del círculo del infierno de los librepensadores. Y, en segundo lugar, ¿por qué acudir a los poetas rusos?, tanto Igor Barreto como cualquiera cuyo reflejo aparece en un contexto teñido de criminalidad, ven en Anna Ajmátova, Marina Tsviétaieva u Ósip Mandelshtam no una poesía temática, sino el resultado supremo de la lengua en condiciones de excepción que no representa una epifanía del conocimiento ni un poder de sanación de la identidad, sino la captura reflexiva de la diferencia y un sentido ético de la experiencia interrumpida por el shock.

Lo que Igor y Mandelshtam intentan con ese salto de tigre al pasado, es lo que en la Tesis XIV sobre el concepto de Historia Walter Benjamin plantea: “La historia es el objeto de una construcción cuyo lugar no lo configura el tiempo homogéneo y vacío, sino el cargado por el tiempo-ahora”. Esta capacidad de presente que tiene el pasado, Karl Kraus la hace explícita como epígrafe de esta tesis: “El origen es la meta”. Una meta con la que ambos poetas se distancian de la ingenua pretensión restauradora del pasado blindada por el autoritarismo. Reclaman, con la poesía, la construcción de una historia a partir de las ruinas del ahora. Si en el pasado está el origen, la meta del presente será rescatar ese ahora recluido en el pasado. Para Igor Barreto significaría en El muro de Mandelshtam, que nuestro ahora está recluido en un tipo de extrema pobreza cuyo origen debemos arrancar de aquellos delirios soviéticos.

“Es de noche y habíamos bebido tanto licor de anís.
Mandelshtam pretendía orinar en un rincón. Mientras
ocurría entre nosotros este diálogo.

Mandelshtam –¿Has oído hablar de eso que llaman Deus ex machina?
Igor –Claro, se trata de un Dios que pilotea un carro a gran velocidad.
Mandelshtam –¿Sabes si será un carro lujoso o si Dios viene con hombres armados para
hacer justicia?
Igor –A fe mía, este Dios de la frase latina, no es un hombre sino un robot.
Mandelshtam –Pero (…) ¿A ti qué te importa? Total, viene a salvarnos.
Igor –No lo creo. Esto que somos no tiene remedio.”

En Igor no hay lamento, pues, como diría Brodsky: “Es una abominable falacia que el sufrimiento produce un arte más sublime. El sufrimiento ciega, ensordece, arruina, y muchas veces mata”. Con Mandelshtam, Igor reconoce en el shock que produce el Estado de excepción con su pobreza y sus víctimas, una experiencia del lenguaje genuina. El pasado de Mandelshtam se reconoce en el presente de Igor.


Fuentes:


Ósip, Mandelshtam (2010). Cuadernos de. Voronezh. Muestrario de Poesía 54. Editor: Aquiles Julián, República Dominicana.
Barreto, Igor (2016). El muro de Mandelshtam. Caracas: Sociedad de amigos del santo sepulcro.

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