La sed del alma. La sed interior.
Hay una sed interna difícil de llenar, quienes han vivido en medio de conflictos prolongados, carencias de diversos tipos, problemas que amenazan la estabilidad de la vida, pueden llegar a sentirse en medio de un mar embravecido. Esto me recuerda la historia de los apóstoles en la barca que sentían que se hundía, y clamando dijeron, ¡Señor despierta que perecemos!
¿Cuantas veces se siente uno así? Como un niño pequeño extraviado en medio de la calle sin saber a donde ir, y esperando a que el Padre aparezca diciendo: Calma, aquí estoy yo… no temas... Esperamos al Padre tierno y amoroso que nos comprende sin nosotros decir nada, que nos envuelve en un abrazo en el que podemos descansar, sabiendo que el estará pendiente de todo.
Creo que es cierto que nuestro interior esta sediento de ese infinito, de esa existencia que solo se puede llegar a comprender a través del amor. Dejarse habitar por el infinito, o mejor aun, habitar en él…
Puede ser que mirando a las estrellas, cuando están todas agrupadas, observando esa paradoja de que lo que estamos mirando hace miles de años que ocurrió, que observamos un reflejo que nos llega, que ha viajado durante años en el tiempo y aún hoy podemos mirarlo en las estrellas… puede ser que así sea el amor del Padre eterno, un amor santo y sagrado que permanece en la eternidad, y aún hoy nos alcanza, en el breve espacio de nuestra existencia… Una luz, que a diferencia de las estrellas, no se extingue, sino que sigue y sigue sin parar jamás…
No estamos solos, aunque parezca que nos quedamos varados en medio de un mar embravecido, quien hizo el cielo hizo estos mares, con el sonido de su voz… ¡Señor despierta!
Despierta; ¿por qué duermes, Señor?
Despierta, no te alejes para siempre. (Salmos 44:23) Fuente
Pero se levantó una gran tempestad de viento que echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal. Lo despertaron y le dijeron: —¡Maestro!, ¿no tienes cuidado que perecemos? Él, levantándose, reprendió al viento y dijo al mar: —¡Calla, enmudece! Entonces cesó el viento y sobrevino una gran calma. (Marcos 4:37-39) Fuente

Gracias por leer.
Texto y fotos de mi autoría.
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