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Para Quien Cocines 
La cocina era parte de su vida, incluso en su alma sentÃa que estaba conectado a ello. Los olores, sabores y las texturas en cada plato que preparó o podÃa preparar creaban lo que él era en esencia. Lo inspiraban a vivir.
Cuando su padre le dijo, exactamente, que el secreto de todo era encontrar una persona a quien querer cocinarle, no se lo habÃa tomado tan en serio. De hecho, le pareció un poco cursi y absurdo; tu cocina no podÃa depender solo de una persona, estaban muchas, a quienes les gustarÃa, de quienes aprenderÃas, y la diversión, por supuesto.
Pero luego entendió a lo que su viejo se referÃa, no era esa persona, sino el impacto que ella podrÃa tener en él.
Y estaba seguro de que su madre habÃa sido alguien muy especial.
―Alex ―escuchó un llamado a su lado y aquella mano tan cálida entrelazandose con la suya.
Volteó con una sonrisa que, desde hace un buen tiempo, aparecÃa en su rostro por inercia cuando se trataba de esa mujer.
―Dime.
―N-no me mires asÃ, tonto ―Ella apartó la mirada, avergonzada, mientras caminaban hacia la entrada.
― ¿Por qué no deberÃa? ―Se hizo el desentendido, fingiendo extrañeza pero con una sonrisa pÃcara―. Tengo razones.
―Es suficiente con que no quiera que lo hagas ―Trataba de no parecer débil ante él, pues sabÃa que se iba a burlar si le daba una mÃnima muestra de que, en efecto, la debilitaba.
―Oh, vaya, Samantha, no sabÃa que eso te molestaba tanto ―mostrando una expresión seria, aflojó el agarre en la mano de la chica.
Y tal cosa a ella le molestó, pero al mismo tiempo comprendió que su respuesta estuvo mal. Siempre tan orgullosa, aunque de vez en cuando se le escapaba algo lindo para el pelirrojo, no faltaba su comentario que echaba atrás todo lo bueno que hubiese dicho o hecho. Iba a disculparse, preocupada cuando llegaron a la puerta y tuvieron que soltar sus manos, pero él empezó a reÃr al sacar la llave.
―Alexander... ―comenzó diciendo reprensiva la apodada Prodigio Gourmet,
cruzando los brazos y alzando una ceja en dirección a su acompañante.
El aludido terminó de abrir la entrada y, dejando paso a la dama, colocó su mejor cara de inocente.
―No es gracioso, estoy molesta ―Dijo mientras pasaba.
― ¿Eso es algo nuevo? ―La siguió, cerrando la puerta tras de sÃ.
―Incluso me iba a disculpar, eres un idiota.
Yukihira asintió con ojos cerrados y sin borrar su sonrisa de satisfacción, a lo que ella resopló indignada. Estaba observándolo mientras cerraba y después giraba para verla.
―No es mi culpa, me lo serviste como un plato demasiado tentativo ―Iba
acercandose a una Samantha que no suavizaba sus facciones. De repente, se
detuvo pareciendo cuestionar algo con dedos que masajeaban su barbilla―. Aunque es posible que todo de ti me sea un plato demasiado tentativo.
Eso fue un tragar en seco automático para la rubia, sintió el rostro enrojecer y cómo bajaba su guardia. Souma se veÃa más bien abstraÃdo en sÃ, aún pensando algo, sin percatarse de todo el revuelo interno causado en la joven chef que se encontraba justo al frente suyo.
―Y-yo no s-se qué te da d-derecho a...
― ¿Decirte cosas as� ―Fue él quien terminó la frase divertido, a modo
de pregunta. Pero sabÃa que era una afirmación―. Estamos comprometidos, llevamos un año y dos meses viviendo juntos en éste apartamento... Y me encantas.
―E-eres un a-tre...
― ¿Tienes hambre?
Tampoco la dejó terminar esta vez, y ella iba a protestar por eso, cuando lo vio sacar huevos del refrigerador con una velocidad casi inhumana. Entonces se acercó a la barra que tenÃan en su cocina, quedaba en una isla donde se hallaba la estufa y podÃa apreciarse a plenitud el trabajo de quien estuviera cocinando.
―No puedes interrumpirme cuando estoy diciendote algo ―Se sentó a
observarlo, volviendo a cruzar sus brazos y parecer molesta.
―Está bien, lo siento ―Picaba algunas cebollas, pimientos y tomates en pedazos muy pequeños, sin dejar de estar atento a lo que su chica decÃa―. Es que tengo una idea.
Samantha continuó analizando los movimientos del pelirojo, era agil e impresionante. Y debÃa admitir que desde que le conoció estuvo fascinada con su detenerminación en la cocina; no se rendÃa, inclusive se volvÃa aún más apasionado cuando algo lo retaba.
―Bien ―Dio tregua porque sabÃa que de nada servirÃa por ahora, e intentó ocultar una sonrisa pequeña pues, desde que sacó esos tres huevos, comprendió: le preparaba algo especial―. Solo espero que no sea mucho, acabamos de llegar de una fiesta con los chicos y tuve que probar todos esos platos.
―Tuvimos ―La corrigió.
―Tu no estabas obligado ―Lo miró entrecerrando sus ojos.
―Tu tampoco ―Le sonrió con ternura, cosa que la descolocó por un instante.
―Y-yo querÃa hacerlo... ―Desvió su mirada, haciendo un puchero, y luego se arriegó a soltar algo por lo bajo―. Ellos son mis amigos.
Cosa que a Alex, quien ahora batÃa los huevos, hizo sonreÃr de medio lado. La habÃa ayudado a catar algunos platos de los chicos porque sintió que era mucho para ella, todos sus amigos querÃan que Sam probara los platos que preparaban, todos esos chefs con quienes crecieron y ahora eran sus colegas en la cocina. Aquella época les causaba nostalgia y recordaba momentos felices.
―Yo igual querÃa hacerlo, te veÃas cansada a la mitad ―Dispuso buscar algunos ingredientes más en el refrigerador, quesos y jamón de pechuga de pavo―. Además, asà puedes probar una última receta por hoy.
Dicho eso, sus miradas se conectaron durante unos segundos, de aquella manera tan armoniosa en la que solÃan hacerlo. Él sonrió exclusivamente para la rubia, y ella, aún con toda su fuerza de voluntad, no pudo evitar imitarle.
―Qué desgracia, y será tu plato ―Levantó una ceja, pero no quitaba la
sonrisa que su prometido provocó.
―Y será mi plato ―Repitió con algo de picardÃa envuelta por ahÃ.
Lo vio picar cosas mientras calentaba el sartén, ellos habÃan pasado por tanto antes de llegar a ese punto. Ahora, luego de todo eso, iban a casarse en Enero.
―DeberÃa quejarme también ―Alex se hallaba salteando lo que habÃa picado a fuego lento, no tenÃa que verla para saber su cara. Y cuando la muchacha iba a preguntarle a qué se referÃa, el pelirrojo adelantó―. Me estás mirando de esa manera.
Eso hizo que ella se diera cuenta de su acción. SÃ, no se habÃa percatado de que sus ojos se centraban en el pelirrojo frente a ella, denotando una ternura en compañÃa de aquella sonrisa relajada que pocas veces podÃas ver en el rostro de la rubia. Y claro que Alex amaba esa sonrisa.
―Pu-pu-pues ese no es tu problema ―Desvió la mirada hacia cualquier cosa que no fuese ese fastidioso hombre. Nunca dejarÃa de perturbar su paz.
―Oh, por supuesto que lo es ―echando un poco su cabeza hacia atrás, soltó una sonrisa calmada. Su prometida no dirÃa nada por ahora, más bien, aunque fuese ciego y sordo sabrÃa que en ese instante ella estaba toda sonrojada, molesta y lanzando insultos por lo bajo para él.
Continuó concentrado en su trabajo, ya faltaba poco para el resultado final y morÃa de ganas por escuchar lo que la chica dirÃa sobre aquel plato.
―Tardas demasiado, quiero dormir ―atrevió a decir la muchacha, luego de haberse calmado un poco.
No hubo respuesta con palabras, sino a un alto y apuesto joven chef volteando hacia ella con un omelette servido que parecÃa brillar exclusivamente ante sus ojos. OlÃa delicioso y se veÃa de la misma forma.
―Para usted, hermosa señorita ―agregó sonriente.
La rubia junto sus cejas observándolo, luego observando el plato y después llevando un dedo a la barbilla como si meditara una decisión crucial.
―Veamos si me sorprendes —Le miró con una sonrisa retadora y llevó tomó un bocado.
Era... Era... Cerró los ojos y sintió cómo su cuerpo agradecÃa a los cielos por tales sabores. La textura, los ingredientes que se combinaban perfectamente en su boca. Era algo sublime que parecÃa casi mágico.
No pudo evitar sonrojarse cuando vio a su prometido sonriendo victorioso y se percató de que iba a dar su segunda probada del plato.
—No necesito que digas que está delicioso —él le acaba de apartar un mechón de cabello y la miraba detenidamente con mucha ternura—. Me hace feliz saber que mis platos te dejan sin palabras.
Ella intentó protestar, pero cualquier cosa que hubiera pensado decir se quedó en el olvido cuando aquel pelirrojo rebelde, quien poco a poco se habÃa metido en su corazón, la beso con suavidad en los labios.
Luego se separó unos centÃmetros, que Erina odió porque su corazón saltaba tanto y le pedÃa que no se separara de él. Sin embargo, Yukihira tenÃa algo que agregar.
—Y también me hace feliz haber encontrado a quien quiero cocinarle por el resto de mi vida —susurró.
Oh, sÃ, ella lo odiaba. La forma en la que solÃa hacerla molestar con tanta facilidad, y del mismo modo adoraba con toda su alma esa conexión que pudieron lograr con el paso del tiempo. Las palabras que él le dedicaba, la comida, los lazos que les unÃan y aparentemente siempre conspiraron a su favor.
Y ambos pensaron, si saber que al mismo tiempo, para quien cocinaban que estaba ante sus ojos y les hacÃa mejores personas cada dÃa.

MuchÃsimas gracias por leer nuestra historia hasta el final, nos alegra mucho volver a compartir un escrito con ustedes y esperamos lo hayan disfrutado. Nos encantarÃa saber qué te pareció la historia y qué te hizo sentir, asà que déjanos un comentario.
Desde este lado del mundo, se despide con cariño @cafeconleche.
