Al oír preguntas en su cabeza se perdía, no lograba escabullirse de la curiosidad, exigía respuestas, era un sendero desértico pero educativo, en ese entonces con tan solo 12 años, escudriñaba el porqué de todo.
En su pecho ardía una chispa, que encandila el alma cuando se descubre algo importante, su caminar imprimió pasos rápidos por aquella escalera desgastada, el descenso fue atroz, se detuvo sobre una herramienta que se incrustó en medio de su ojo y ceja izquierda. El recuerdo es confuso, ininteligible, aturdida la niña se levantó y vio un bulto que hacía movimientos, estaba atontada, y se desplomó.
El sol brillaba, ese resplandor incineraba sus pupilas, así mismo divisó el cielo, estaba tan azul que pensó que soñaba, y luego, todo se oscureció en un gran silencio misterioso.
Flotando en la incertidumbre:
― ¿Estoy muerta? ―susurro ella.
Sus ojos se abrieron como luna llena y una luz inmensa la cegó por segundos, una mujer la sujetaba, la amnesia se apoderó de la razón alejándola de la realidad, mientras una avalancha de preguntas caía sobre ella, se hundió entre gemidos y lágrimas, por no saber las respuestas.
―Hay que cerrar, la herida es profunda. ―dijo alguien.
Por un instante imaginó ser un robot averiado, inerte espero que culminaran de repararla o ¡eso creyó que hacían!
A partir de ese fatídico día, cambió, comenzó a olvidar, perdió habilidades, no retenía información, quedo presa en la frustración y la rabia, los meses transcurrían y la herida seguía abierta. Morfeo la abandonó, las pesadillas reinaban durante su corto descanso, y siempre discutía con el espejo que reposaba sobre aquella pared manchada.
― ¡Quiero ser como antes! ―repetía.
Se sentía torpe para desenvolverse en la sociedad, el pesimismo y su ulterior nihilismo se convirtió en una triste rutina, aceptar algo que no eligió resultaba difícil. Recordar esa capacidad tan inteligente que tenía para aprender y brindar información a los demás, enterraba su autoestima, pero a pesar de eso se auto castigaba colocándose metas.
― ¡Desahógate escribiendo, escribe para no olvidar quién eres! ―exclamó una anciana.
Esas palabras retumbaron en su cerebro, comenzó haciendo anotaciones, y se enamoró de la pluma y la tinta, le fascinaba tatuar cada hoja, se sorprendió de cuánto aguantaba un cuaderno su ira. La escritura la secuestró del mundo real, le dio libertad sumergiéndola en una calma que ningún médico o familiar había logrado.
Faltan piezas en mi memoria, fragmentos que no terminan de encajar en este pasatiempo.
A veces pensar para recordar duele, pero en nuestro interior hay enigmas que no debemos callar, si no buscamos resolverlos nos consume poco a poco la respiración ¿por qué vivir para que nos acepten? eso es absurdo, pero no satisfacer nuestra curiosidad lo es aún más.
Vivo en constante aprendizaje de mis autores favoritos, escribo por satisfacción propia, soy fanática de poemas, letras de canciones, relatos, historias que nacen de las cavernas de mi alocada mente, esto me mantiene y me recuerda que no vivo inútilmente.

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