Mísera vida de imperfecciones innatas, de sumisión y de cristiandad por doquier, allí donde mires se levanta una cruz, un Cristo, un símbolo que representa la mayor estafa de la historia de la humanidad.
Humanidad intransigente, que teme el fin de las clases sociales, que las custodia y alimenta desde el principio de los tiempos, y las reproduce generación tras generación con un objetivo egoísta.

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Egoísmo, cualidad innata del ser humano, perenne en nuestros genes, en nuestro Yo más primario, más elemental y sincero.
Sinceridad, cualidad difícil de encontrar, Don olvidado, desfasado en el tiempo, marchito, vintage se diría ahora, en la época de la modernidad más extrema.
Modernidad que nos arrastra, nos atrae hacia ella, sin remedio, sin sentido. Borregos corren a alcanzarla a diario, sin importar pasar sobre los principios de uno mismo… ¿Principios? ¿Quién los tiene hoy en día? Nadie.
Nadie conoce a nadie, vemos cabezas en cuerpos uniformes, todos tallados por el mismo artesano, vuestra moralidad es la que decide lo que es bien y lo que es mal, la que nos hace ser cercanos desconocidos.

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Desconocimiento de lo fundamental, de lo primario, de lo que nuestros antepasados aprendieron y les aseguró el éxito como especie ante otras especies mucho más fuertes y adaptadas.
Adaptación a vuestros constantes saqueos, atropellos e injusticias, ese es vuestro plan, eso queréis de mí, pero… yo soy un inadaptado.

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Para leer más:
Reflexiones desgarradoras I
Reflexiones desgarradoras II
Reflexiones desgarradoras III
Reflexiones desgarradoras IV
Reflexiones desgarradoras V
Reflexiones desgarradoras VI
Reflexiones desgarradoras VII
Reflexiones desgarradoras VIII
Reflexiones desgarradoras IX.